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El arte del asesinato político - ¿Quién mató al obispo?

  • Foto del escritor: Andy Martinez
    Andy Martinez
  • 4 jun 2020
  • 3 Min. de lectura

El domingo 26 de abril de 1998, en esta ciudad que es un espectro en medio de un vasto valle, una persona llegaba a su hogar. El recibimiento fue un ataque brutal que acabaría con su vida; la víctima: Juan José Gerardi Conedera.


Monseñor Gerardi, al momento de su asesinato, dirigía la ODHA (Oficina de los Derechos Humanos del Arzobispado). Había sido obispo de la Verapaz y del Quiché, donde ya había escapado de la muerte; vivió en el exilio durante parte del conflicto armado interno a consecuencia de la defensa que hacía de los pueblos afectados por la violencia ejercida por el ejército de Guatemala.


Los guatemaltecos admiran a alguien que puede contar chistes. Un buen chiste es, entre otras cosas, una defensa contra el miedo, la soledad y la desesperación. Los que conocieron al sacerdote alababan esta cualidad en su forma de ser, además de reconocer su incansable lucha por la verdad.


En la Guatemala de la posguerra, se suponía que no debían ocurrir más asesinatos de este tipo, es por eso que el asesinato del obispo Gerardi fue el crimen más audaz y riesgoso que el ejército de Guatemala había perpetrado en su historia, y debía ser percibido como una defensa de la institución más que de personas.


Francisco Goldman, un reportero estadounidense/guatemalteco, escribe en su libro, El arte del asesinato político, ¿quién mató al Obispo?, una crónica del proceso que llevó a cuatro personas a ser condenadas.


En esta crónica que se asemeja a una novela policiaca, Goldman relata el esfuerzo del personal de la ODHA y los fiscales para encontrar a los culpable por el asesinato de Gerardi. El periodista utiliza los relatos de los involucrados en el caso, además de realizar diferentes visitas al país para ser testigo de su desarrollo.


La sentencia de personal del EMP (Estado Mayor de la Presidencia) daba esperanzas a los guatemaltecos para poder alcanzar una democracia fuerte y próspera. Pero la investigación del caso Gerardi solo llegó a la "punta de la espada".


La "piñata de auto perdón" que fueron los acuerdos de paz fue el comienzo siniestro de una era supuestamente democrática basada en principios como el respeto de la ley y el acceso a la justicia y la desmilitarización. Algo que te enseña Guatemala es que nunca debes poetizar e idealizar la realidad.


Juan José Gerardi fue asesinado a consecuencia de la publicación del proyecto REMHI, que fue una puerta abierta para que las personas respiren y hablen en libertad, para la formación de comunidades con esperanza. Este proyecto nos hizo creer que la paz era posible, una paz que naciera de la verdad de cada uno y de todos.


22 años después del crimen Guatemala no ha cambiado mucho en realidad. La desmilitarización del país nunca ocurrió, un antiguo miembro de EMP fue presidente y las redes de poder siguen siendo las mismas.


Quizá seamos la primera generación que tiene la oportunidad de aprender sobre el pasado de Guatemala, y distinguir las viejas mentiras de las nuevas verdades. Pero en ciertos aspectos, Guatemala sigue estando en el siglo XIX.

Los defensores de una cultura deliberadamente dividida siguen siendo los que ocupan los puestos de poder en la sociedad, enraizada en las ideas locales sobre los privilegios, el estatus, el militarismo y la políticas antiíndigenistas, que se convirtieron fácilmente en el militarismo y las masacres de la guerra fría en el siglo XX.


Francisco Goldman se atreve a correr el riesgo de ser acusado de vivir en el pasado, porque él cree que no debería existir una amnistía legal para nadie que haya planificado y ejecutado crímenes como los perpetuados por el ejército de Guatemala.


Yo me suscribo a la opinión de Goldman, pero me pregunto de qué sirve si Guatemala nunca va a cambiar.

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