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El gil de Darín

  • Foto del escritor: Luis Felipe Garran
    Luis Felipe Garran
  • 3 may 2020
  • 3 Min. de lectura

Una vez aprendí en una clase que, al construir una historia, siempre debe haber un conflicto. Claro, normal. Porque el embrollo es el sazonador de la vida. Es como cuando pones el chorizo en la parrilla al preparar un buen churrasco: a la que cae una gota de su grasilla en las brasas, el humo se desboca y hace que la tarea del maestro parrillero, ataviado con su delantal y armado con pincho y espátula, se convierta en una cita con Vulcano.


Pero una vez que se corre esa cortina ahogante y se descubre la vista del guerrero culinario que se juega dedos, ojos e, incluso, cejas y pestañas, por conseguir el asado perfecto, el espectáculo gastronómico que resulta es una maravilla.



Batalló, porque solo así se logra triunfar.


Como humanos, lo que nos es más común son, cómo no, otros humanos, y por eso, los conflictos más cotidianos son contra el ser humano.


No contra otro ser humano, sino contra el hecho de ser humano.


Es decir, la batalla del hombre contra la sociedad de la que es parte. Contra su humanidad y la humanidad del resto de la humanidad. ¿Me explico?


Ahí es donde cada uno asume una postura en función del rol que le ha sido asignado, sea por herencia o sea por el mero acontecer.


Y la postura de muchos es la de ser un gil.


¿Un gil?


Sí, un gil ¿no? Según el diccionario, “gil” es una persona lenta, a la que le falta viveza y picardía, dice Fermín Perlassi al comienzo de la película.


Pero luego apuntilla que ya sabemos que laburante, un tipo honesto; gente que cumple las normas, terminan siendo sinónimos de “gil”.



¿Perlassi? Cómo no, Ricardo Darín, el gil mayor, o el mayor de los giles.


Porque antes de soñar con montar una cooperativa para su pueblo Alsina; antes de convencer a la mitad de sus vecinos, incluyendo a la más rica y al más pobre, de unírsele en el intento de rehabilitar un silo; antes de que el tipo del banco le convenciera de hacer, inmediatamente, un depósito en dólares; antes de que la Argentina se fuera al trasto (otra vez) y se impusiera el corralito económico; antes de que perdiera la cabeza por un puñado de verdes; antes de que se distrajera al volante e hiciera lo que su esposa no (sobrevivir); antes de ver cómo su hijo volvía desde La Plata para hacerse cargo de la gasolinera familiar; antes de que intentara explicarle al resto de alsineros que él no tuvo la culpa; antes de enterarse de la hijoputada que le hicieron el director de la agencia bancaria y un empresario local; antes de saber sobre la bóveda en la que el hombre del frac guardó la guita robada; antes de idear en conjunto cómo robársela de regreso; antes de que el plan casi se desmoronara por un fallín de su hijo (Perlassi, sí; pero también Darín); antes de recobrar la esperanza; antes de ejecutar el plan; antes de hacerse con el botín que era suyo por derecho divino; antes de que el hijo de la señora Lorgio (la rica del pueblo) huyera con un gran porcentaje; antes de que se levantara el corralito; antes de que montaran la cooperativa; antes de que Fontana le diera de su mate a Manzi (el malo de la peli) luego de haberse pasado la bombilla por los…


Antes de todo eso, Darín ya había sido un gil.


Un gil tan grande que hasta conservó el nombre para tenerlo como nick en Twitter.


Bueno, el nombre real por encima del nombre oficial. Porque Simón Fischer, el Ingeniero Bombita, también era un gil. Uno que respetaba las normas, que trabajaba de más por mantener las buenas vibras en la empresa, pero que lo hizo a costa de su familia.


Sí, también quería lo mejor para sus parientes, pero el caótico entorno bonaerense se lo impedía. El tráfico, la burocracia, la burrocracia, las instituciones inoperantes y la corrupción como institución.


Hasta que un día, ese hombre lento, honesto y que cumplía las normas, incluso las que le hicieron pagar un par de multas de tránsito totalmente incomprensibles, ganó picardía, se avivó, se quitó el apellido “gil” y se tornó aguerrido.


Y en lugar de intentar robarle a un estafador, hizo explotar su propio coche.


Bombita.


Y quizás sean escenarios drásticos; tanto que todos, en algún momento, los hemos visto pasar por nuestras cabezas aunque sea solo como pequeños impulsos reprimidos desde adentro.


Pero es que, ante el enemigo habitual, el ser humano (el hecho de ser humano) solo queda enfrentarnos desde una posición extraordinaria.


La de un gil, que se acepta gil, y que ve que fuera de esa condición es que puede ganar.


Y cuando gana, la normalidad tiene ya otra cara.


¿La de Darín, quizás?

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