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Guatemala, país del eterno racismo

  • Foto del escritor: René Molina
    René Molina
  • 17 dic 2020
  • 6 Min. de lectura

«Existe la palabra guatemalteco, está en el diccionario Espasa/Calpe. Aquí nadie vive en la misma Guatemala, cada quien tiene su país, su mundo», dice Javier Payeras, escritor guatemalteco, en su libro Ruido de fondo. Quise comenzar con estas líneas porque estoy de acuerdo con el autor. Hablar de Guatemala es complicado porque cuesta explicar y hacer entender que, en un espacio tan pequeño del planeta, pueden caber tantos problemas; tanto racismo, odio, desigualdad, etc. Pero la comunidad indígena, distribuida en todo lo largo y ancho del país, es la que más sufre de estos problemas. Y si han escuchado muy poco acerca de Guatemala, pues debo mencionar que estas diferencias, surgidas durante la época de la invasión española a inicios de 1500, siguen fuertemente reflejadas en pleno siglo XXI. A nivel social y cultural, ¿cuál es el papel que juega el indígena en la actualidad?


Según datos del censo realizado en 2018, en Guatemala, el 41.7 por ciento de los 14 millones 901 mil 286 habitantes se identifica como maya; el 1.8 por ciento es xinca; el 0.2 es afrodescendiente y solo el 0.1 por ciento es garífuna. Esto solo se puede traducir en que, si bien es cierto que el 56 por ciento de los guatemaltecos se identifica como ladino o mestizo, es innegable que nuestro país es multicultural, multilingüe y con una gran parte de la población que aún conserva sus tradiciones mayas y ancestrales. Sin embargo, esa otra parte que no es ladina, debe luchar y ganar a pulso el lugar que le corresponde. Pero ¿siempre ha sido así? ¿Realmente no se tiene intenciones de brindarles el espacio que se merecen?


Sorprendentemente, y a mi juicio, no. Por lo menos en el papel no. Los Acuerdos de Paz, firmados en diciembre de 1996, luego de 36 años de conflicto entre el Gobierno de Guatemala y las fuerzas insurgentes del país, fueron un punto de inflexión en la propuesta de integración y respeto a las comunidades indígenas. En este acuerdo, se reconoce la identidad y los derechos de los pueblos indígenas.


(…) El reconocimiento de la identidad de los pueblos indígenas es fundamental para la construcción de la unidad nacional basada en el respeto y ejercicio de los derechos políticos, culturales, económicos y espirituales de todos los guatemaltecos. (…)


(…) Se reconoce la identidad del pueblo maya, así como las identidades de los pueblos garífuna y xinca, dentro de la unidad de la nación guatemalteca, y el Gobierno se compromete a promover ante el Congreso de la República una reforma de la Constitución Política de la República en este sentido. (…)


Estos son algunos puntos que menciona en dichos acuerdos. También, se describe que, para detener la discriminación hacia la cultura maya, era necesaria la participación de todas las partes del país. Por eso, era importante incorporar a las comunidades indígenas a la sociedad guatemalteca para la perpetuación de las tradiciones mayas, la conservación de sus lenguas de origen maya y, por supuesto, para que Guatemala entrara en una nueva época democrática.


El Ministerio de Educación, con su programa Salvaguardia social y plan de desarrollo indígena (2011), tenía intenciones de brindar educación de calidad a los pueblos indígenas. Querían formar escuelas bilingües donde se impartieran clases en español, idioma oficial del país, y clases en cualquiera de los idiomas mayas, xinca o garífuna, dependiendo de la lengua oficial en la región que estuviera ubicada la escuela. Se pretendía tener a disposición de los alumnos el apoyo de uno o más profesores bilingües para una formación precisa en los estudiantes. Los Acuerdos de Paz debían ser un punto de reforma educativa y de enseñanza para las comunidades indígenas, comprometía al Estado a cumplir el derecho de la educación de los guatemaltecos, ya que se tenía datos donde se comprobaba que este sector de la población tenía menos años de escolaridad y, conforme la educación se privatizaba, la calidad en la educación de los indígenas era muy baja.


Y el censo realizado en 2018, refleja que no ha cambiado mucho. Si bien es cierto que la tasa de alfabetismo se ubicó en el 81.5 por ciento de la población, hay que decir que el 5 por ciento de los guatemaltecos alcanzó el nivel de preprimaria; el 43 la educación primaria; el 27 por ciento la educación media y solamente el 5 por ciento logró llegar a la educación superior. Aunque no especifica la cultura a la que pertenecen los porcentajes, gracias a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y su Estudio sobre racismo, discriminación y brechas de desigualdad en Guatemala (2018), donde afirma que «a mayor población indígena, menor inversión pública», podemos decir que, la mayoría de estas personas privadas de educación, probablemente forman parte de cualquier cultura maya, xinca o garífuna. ¿Esto en qué se traduce? Si dejamos a un lado que pone a Guatemala en los primeros puestos en desigualdad, pobreza y pobreza extrema, se traduce en que crea un estigma sobre la población indígena donde se le considera bruto, indispuesto a aprender y que está condenado a vivir en la pobreza para siempre.


Hablamos de los ingresos de las personas que pertenecen a las comunidades indígenas porque la desigualdad económica por lo general se interpreta como desigualdad de oportunidades, de acceso a servicios públicos, y, por supuesto, deriva en un posicionamiento socioeconómico inferior a las personas que se identifican como ladinos o mestizos.


La discriminación económica se produce cuando un grupo de la población con condiciones de producción, del mercado laboral y capacidades personales similares o iguales al conjunto de la sociedad, pero con alguna característica personal no relacionadas con la generación o motivo del ingreso, recibe un trato diferenciado que reduce o limita sus ingresos monetarios y que por lo tanto son inferiores a los grupos de la población no discriminada.


Así define Cepal el término «discriminación económica» en su estudio.


Según el Banco Mundial, en su informe Hacia una mejor calidad del gasto: revisión del gasto público en Guatemala (2013), encontramos que las personas indígenas padecen los índices de pobreza más altos y los estándares sociales más bajos. Mientras la repercusión de la pobreza en los hogares de las familias no indígenas es del 44 por ciento, en las familias indígenas aumenta a un 56 por ciento. Una diferencia bastante significativa. Sin embargo, en términos de salud y nutrición, las diferencias son incluso más marcadas. La desnutrición crónica (uno de los mayores problemas en Guatemala y probablemente al que menos atención le presta el Estado) en los niños menores de 5 años, es del 65.9 por ciento para los niños indígenas, comparado con el 36.2 en los niños que se identifican con la comunidad mestiza. Esto tiene repercusiones en su educación y, por supuesto, en sus oportunidades laborales cuando sean mayores.


Si hablamos de limitaciones en el desarrollo social, debemos mencionar la segregación que recibe la mujer indígena en Guatemala. Según el Banco Mundial (2013), el índice de analfabetismo en las mujeres indígenas es del 62 por ciento, dato aún más preocupante si lo comparamos con el 24 por ciento de las mujeres ladinas que no saben leer ni escribir. El Banco Mundial considera que la principal limitación del desarrollo económico en Guatemala se debe a la rigidez del Gobierno en centralizar los servicios de educación y salud, siendo el departamento de Guatemala con mayor gasto por estudiante, mayor alfabetismo adulto; mayor gasto público en salud, representando un 36 por ciento, y el menor índice de desnutrición. Las limitaciones monetarias, transporte, distancia y tiempo y escasez de personal de la salud son algunas de las razones por las que la comunidad indígena no usa los servicios de salud.


Como podemos ver, todo regresa al principio: mayor población indígena, menor inversión pública. Y es que para el establecimiento de estrategias económicas y de desarrollo, es indispensable la participación plena de las comunidades maya, xinca y garífuna, ya que quién más que ellos para conocer sus propias necesidades. Es preocupante que, en el país, las mujeres y niñas indígenas sigan en situaciones de desventaja y contra sus derechos humanos, a pesar que representan una gran parte de la población guatemalteca. Las poblaciones maya, xinca y garífuna siguen marginados, excluidos y discriminados en la Guatemala de hoy. El país debe encargarse de formar instituciones fuertes para el cumplimiento de las leyes donde se indica que se deben respetar los derechos humanos de estos pueblos.


Para terminar, antes de la llegada de los españoles, los mayas se reconocían como personas; pero con su invasión, la cultura maya se vio reducida, oprimida y minimizada con la palabra «indio». Los europeos no los reconocieron de igual forma y, todavía actualmente, muchas personas los siguen viendo de esta manera. Por eso, es imposible conocer la diversidad histórica y sociocultural de la que goza la cultura maya desde la visión del mundo significada por el término «indio». Y, en mi opinión, nuestro país nunca dará ese paso hacia el desarrollo democrático y económico si no reconoce el sufrimiento bajo el que los pueblos indígenas han sido sometidos a lo largo de nuestra historia y que nosotros mismos hemos permitido.



 
 
 

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